Nicolás Lizama
Cuando me topo con personas que detestan las redes sociales y por lo tanto son completamente ajena a ellas, siento retortijones en el estómago, sobre todo cuando son entes a quienes considero con un buena dosis de raciocinio en el cerebro.
Las redes sociales son la mejor forma de hacer notarle al mundo tu presencia. De enterarles que existes. Que sepan bien a bien que perteneces a equis sector social (el más modesto, incluso, qué más da) lo cual no ata ni manipula la visión que tienes de este mundo y que la madre natura te otorgó cierta gracia expresiva que sientes necesidad de compartir con el resto de la gente.
Con la aparición de las redes sociales se acabó el anonimato de muchos que no tienen acceso a medios tradicionales como los periódicos y la radio.
Y eso es una maravilla.
Hoy, cualquiera con cierta chispa y habilidad para darse a entender -redactar bien es un factor fundamental para formar parte de este grupo de privilegiados- puede convertirse en una celebridad entre tanto cibernauta ansioso de toparse con gente diferente a la que normalmente órbita en su periferia.
Un ente con ansias de trascender, no desperdicia esta oportunidad que la vida pone tan generosamente al alcance de su mano.
Por eso, cuando de pronto me topo con quienes desperdician olímpicamente este chance inigualable de decir “¡hey, aquí estoy!”, siento que están dejando ir la mejor oportunidad que tienen para justificar su existencia en este mundo.
Pasar de a oquis, solo escuchando y pulverizando entre dientes o en petit comité a los demás, no le da sentido a nuestras vidas.
El chiste, pienso y opino con toda la libertad que me dan las redes sociales, es no pasar desapercibido.
Gritémosle al mundo que existimos.
Estará ya de los demás, cuestión de gustos, que les agrade o no la forma en que lo decimos.
En nuestras propias manos está no ser uno más en este dinámico universo en el que nos tocó la coexistencia.
¡A socializar se ha dicho!