Nicolás Lizama
Nada más las olemos. Nada más nos la pasan por las narices. Nada más las vemos pasar de largo.
Triste caso el nuestro.
Las medallas Olímpicas, del color que usted me diga, las tenemos totalmente eliminadas de nuestra «dieta».
Trece medallas de oro contabilizan en toda la historia del olimpismo nuestros representantes, según el comentario de un analista radiofónico (luego entonces tome este dato con cautela).
Michael Phelps, el nadador norteamericano, cuenta con 21 medallas de oro en su cosecha.
Mientras nosotros como país aplaudimos a rabiar y nos enorgullecemos de obtener cuando menos una de oro por Olimpiada, ese tipo las obtiene por racimos.
Tristísimo caso el nuestro.
Hoy jueves, islas Fiji -ni idea tengo en qué parte del globo terráqueo quede eso- obtuvo una medalla de oro en la disciplina de rugby -actividad nada descollante a nivel mundial que digamos, pero a fin de cuentas oro es oro-, mientras la representación tricolor apenas olió una de bronce en la actividad de tiro con arco.
Esta islita, que supongo cabe varias veces tan solo en nuestro Estado, puede presumir de una medalla de oro mientras nuestro México lindo y querido todavía anda mendigando alguna medallita de bronce al menos.
Cada vez es más difícil obtenerla. Nuestro representantes, con sus honrosas excepciones, son eliminados a las primeras de cambio.
?Cuál es la explicación lógica a esta desgracia? ?Quién tiene la culpa??Los directivos? ?Los competidores?
No lo sé. Esa es cuestión de los expertos. Ellos que se hagan bolas. A nosotros, simples espectadores, nada más nos queda apachurrarnos en el sillón cada que tropieza uno de nuestros atletas.