Nicolás Lizama
Afuera, llueve. Adentro hace un calor insoportable. La lluvia no es intensa. Digamos que las compuertas del cielo apenas se encuentran entreabiertas. Suficiente, sin embargo, para que los pájaros hagan fiesta en las ramas de una mata de naranja agria. Las aves son negras por completo y se solazan brincando de rama en rama mientras alborotan su plumaje para que las gotas de agua les penetren por entero.
Es un día raro en la ciudad. El cielo se encuentra nublado por completo. Es más oscuro mientras la vista avanza abarcando el infinito. Hoy el Sol ha sido avasallado por completo. NI señas de que más adelante logre vencer los gruesos nubarrones que se anteponen entre sus rayos de luz y los que habitamos esta parte del planeta.
Aparte de un domingo de “cochinita” (la ciudad está llena de puestos de gente emprendedora que base de tortas y tacos se gana en buena lid la vida), este será un domingo húmedo en extremo. Al menos eso dicen los expertos.
Una campana suena a la distancia. Convoca a los feligreses para que abarroten el recinto religioso y eleven sus rezos que si bien no remediarán sus problemas, si los hará sentir relajados en ese instante cuando menos.
Unos perros ladran. No son ladridos que anuncien algún drama, como el de algún ladrón desvalijando a la vecina. Son ladridos ocasionales, de esos que los canes tienen obligación de emitir cuando de veras son unos animales que hacen honor a la estirpe que los ha engendrado.
La lluvia amaina un poco. Las aves se han replegado. Se acurrucan en una rama gruesa y solamente sus ojos, enormes, van de lado a lado, atentos al menor síntoma de peligro para salir huyendo. Los gatos del vecindario suelen darse su festín con los pájaros que concurren al enorme árbol. Los he visto agazaparse y permanecer inmóviles, como estatua, mientras esperan que el infeliz pajarillo se aproxime y ¡zaz!, los atrapan del pescuezo. Los gatos tienen una habilidad extraordinaria para agenciarse de sus presas. No creo que exista otro animal más inteligente para ese tipo de cuestiones.
No pasa mucho tiempo y la pertinaz llovizna vuelve a intensificarse. Es gratificante el sonido de las gotas al estrellarse en la lámina del techo. Arrullan por completo.
Para quien sabe encontrarle el chiste a estos detalles de la madre natura, el día es maravilloso, esplendoroso.
La lluvia sigue cayendo afuera. Por ratos fuerte, por ratos débil, el temporal sigue haciendo de las suyas. Los perros vuelven con sus ladridos. El gato sigue ahí, inmóvil, esperando el momento adecuado para obtener su presa. Parece que esta vez la suerte no le guiña el ojo. Los pájaros se han ido. Han detectado su presencia y han puesto tierra de por medio. El felino persiste, sin embargo. Es paciente. Tiene todo el tiempo del mundo para permanecer agazapado y observando fijamente todo lo que se mueve en su entorno.
La lluvia sigue. No se detiene.
Y nos humedece el alma. Y nos humedece todo.
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