Nicolás Lizama
El día en que esos personajes que por arte de magia, primero llegan a ser funcionarios de alto nivel y luego flamantes legisladores dejen de sentirse una casta aparte, en esa medida el vulgo -usted y yo-, dejaremos de verlos como unos vulgares advenedizos que tuvieron que lamerle la suela del zapato -por no decir otra cosa- al todopoderoso para poder llegar a ser los distinguidos mentecatos que hoy reciben elogios y caravanas de sus pares y de otros mentecatillos que aspiran a correr la misma suerte en su incipiente carrera política.
A ellos por lo visto les vale un cacahuate partido por la mitad el que la gente cuando los ve venir haga un alto el camino solo para vituperarlos y luego seguir con rumbo a su destino.
Leí apenas ayer en las redes sociales el relato de un ciudadano común y corriente que mencionaba que cuando se topaba con uno de los flamantes legisladores actuales -el más repudiado- detenía levemente su paso y le sonreía mientras le mentaba la madre en silencio. Cuenta el ciudadano que lo mismo hacía el señor diputado. Detenía levemente su andar y se lo quedaba mirando sonriente. «Seguramente me mentaba la madre al igual que yo lo hacía», reflexionaba el buen hombre a través del «feisbuc».
Es grave que no haya respeto por parte de la ciudadanía hacía los encargados de hacer las leyes. Pero más grave es que ellos mismos no se den a respetar, que es en donde está el meollo del asunto.
Para exigir respeto primero hay que brindarlo, no hay de otra. Por lo tanto, si uno o dos diputados actuales han sido agarrados de tiro al blanco por la ciudadanía es porque se lo han ganado. Luego entonces no tienen nada de qué quejarse. Ahora solo les queda aguantar las mentadas de maúser como los buenos. Todo se paga en esta vida.