Nicolás Lizama
Desconcierto, es la palabra correcta para definir el momento psicológico por el que atraviesa infinidad de gente en estos precisos momentos.
Hasta los cristianos que supuestamente la tienen segura en el próximo gobierno tienen ratos en que las dudas rebotan en todos los confines de su mente.
Ya se imaginaran ustedes como andarán los otros.
El horno no está para bollos.
En todos lados la situación está que arde. El mismito, otrora todopoderoso Presidente anda metido en un berenjenal que para qué les cuento.
Hoy cualquiera sale a la calle para protestar por lo primero que se les ocurra. Ya no hay control de nada. Bueno, exagero, de casi nada.
El quid del asunto estriba en que los ánimos se han radicalizado.
Ahora la gente no solo sale a la calle a marchar, emitir sus consignas, levantar sus pancartas y luego retornar a casa.
Ahora se sale con los guantes puestos, con el ánimo listo, ya no solo para mentarle la madre a mucha gente, sino predispuestos a lincharlos si tienen la mala ocurrencia de atravesarse en el camino.
De ese tamaño están las cosas.
La gente ya no cree en sus gobernantes. Piensan firmemente en que los han traicionado y no buscan quién se las hizo sino quien se las pague.
Los rivales políticos del gobernante en turno se frotan las manos mientras se preparan para, llegado el momento, relevarlos en el cargo.
Hay uno de esos políticos, longevos, que ya se siente Presidente. Muchos analistas coinciden, pero, conociéndolo bien, advierten: «solo mientras el mismo no se dispare un balazo entre las patas».
Vivimos momentos complicados. Tan complicados, repito, que hasta los mismos personajes que tienen el pan seguro al menos los próximos seis años, no se confían y prefieren ir recordando aquello que de la cuchara a la boca se cae la sopa.
Y hacen bien. Ahora ni nuestra propia sombra, otrora tan confiable, merece acostarla con nosotros en la hamaca.