Nicolás Lizama
Leo una información generada en esta página respecto a una damita llamada Aurorita, que pese a sus décadas de militancia priísta, ha sido dejada a la deriva.
Y me queda la sensación de que la doñita, de todos mis respetos –cada quién tiene derecho de bajar cocos a como Dios le da a entender-, es parte del lastre que han ido tirando sus correligionarios ante el hundimiento de ese “Titánic” que aparentemente estaba blindado para evitar cualquier desperfecto y por ende un probable hundimiento.
Pero hete aquí que el iceberg con el que se topo estaba era demasiado poderoso y el buque se vino a pique en menos de lo que canta un gallo.
Doña Aurorita, estoy suponiendo, es de las llamadas líderes de colonias, mote que se les quedó desde décadas atrás, fama de otros tiempos, ya que en la realidad, en estos días, no comandaban ni a la familia que tenían en su casa.
Ese sector del tricolor quedó desfasado desde hace ya un buen tiempo. Y fue luego de que los líderes y lideresas de colonias se contagiaron de sus jefes y comenzaron a agenciarse los apoyos que en teoría deberían llegar a sus liderados.
Y fue entonces que sus agremiados comenzaron a voltearles la espalda y decidieron coquetear con el primero que viniera y les ofreciera una playera y una gorrita cuando menos.
Dicho en pocas palabras, se prostituyó el asunto. Los agremiados comenzaron a rentar su apoyo a quien tuviera la capacidad económica de repartir cualquier cosa –si era una despensa, excelente-, a todo aquel cristiano que viniera a lavarles el “coco” con ese verbo que caracteriza a quienes andan tras el voto. Por supuesto que lo peor que podía hacer el susodicho era llegar con las manos vacías. Eso lo marginaba de antemano. Debería llegar con algún presente, por más “piojito” que este fuera.
A doña aurorita –estoy suponiendo-, ya se la cargó el payaso. Si muchos de los peces gordos se encuentran en la cuerda floja ante la llegada de un nuevo gobernante, luego entonces, los auroritos y auroritas, ya sin los apoyos oficiales, no tendrán más remedio que ir encaminando sus pasos a otro lado.
Muchos de los peces gordos, los que antes apapachaban a los “líderes” de colonias, ya están poniendo pies en polvorosa, por lo tanto estoy sospechando que doña Aurorita se quedará esperando eternamente al buen samaritano.