Nicolás Lizama
Yo fuera el presidente electo (perdón por elevarme a tanta altura), ya hubiese corrido a mi “dedo chiquito” -el de la boda fifí- en congruencia con mi prédica y, también, por qué no -hay que aceptar que en ocasiones, por más “perfectos” que seamos, nos zurramos fuera de la bacinica- para satisfacer al multicéfalo, que, decepcionado porque descubre que el mesías no lo es tanto, cada vez se pondrá más exigente.
Lamentablemente, no soy el presidente electo.
Hay tantos frívolos a mi alrededor, aquí cerquita, a quienes les vendría muy bien una patada en el trasero y no soy quién para propinárselas con la contundencia requerida (snifff, no soy gobernador siquiera).
A lo mejor quien quita -doble sniff- y apenas soy uno más entre toda esa caterva de infieles, pecaminosos y frívolos, solo que sin tanta suerte.
¡Uy!
Estoy pecando.
El mesías es el único que se aleja de esos defectos a los que somos tan dados los mortales, y este pecadorcillo -pues qué se cree- aquí poniendo en duda la sacrosanta conducta del ungido.
Me pondré 40 días en ayuno y oración continua.
Os lo juro.
Algo bueno obtendré de ello. Lo único que espero, es que mi boca no se convierta en chicharrón ante la “blasfemia” que hoy he transferido.