Nicolás Lizama
¿Qué te digo, querido Paco Verdayes?
Muchos te pedimos que no te rindieras, que aguantaras, que aún había muchas páginas por escribir, que venían en camino muchas batallas por librar.
No se pudo
Los religiosos (para ellos todos mis respetos) que tiene fe, de la buena, de esa que mueve montañas -yo no soy de esos, por desgracia-, oraron por ti, prendieron veladoras, amarraron listones amarillos, en el alma, incluso.
Y no se pudo
Ya estaba escrito, dirían los que saben de estas cuestiones tan llenas de misterio a veces.
Pienso, a muchos kilómetros de distancia -pero tan cercano en el sentimiento- que es una verdadera desgracia, una mega joda el que ya no tengamos la oportunidad de seguir aprendiendo a través de escritos de la forma en que Cancún se fue gestando.
Fui uno mas de tus asiduos lectores.
Te conocí en Chetumal, como vocero de Joaquín Hendricks Díaz y desde allí hicimos buenas migas.
Siempre generoso a la hora de prodigar algún reconocimiento al trabajo ajeno, siempre solidario con esa sonrisa que generaba confianza y reconfortaba el sentimiento.
Me despido de ti amigo, triste, muy triste de que ya no estés tan a la mano, tan cercano al saludo, tan a la vuelta de la esquina para escuchar, para leer el comentario acertado, ese que se va directo al subconsciente.
En dado caso de que existiera el cielo, carajo, ni duda tengo de que estarás en un lugarcito privilegiado desde el cual, con ojo avizor y dedos hábiles, seguirás contando historias.
Si no, que carambas, de todas maneras, siempre tendrás un lugar de privilegio en nuestros corazones, que no es poca cosa, sino algo así como el paraíso en esta tierra.
Se te extrañará con ganas