Nicolás Lizama
Las regidurías no son muy apreciadas que se diga. Los famosillos -todos cuestionados al extremo-, que no tuvieron éxito en su lucha en pos de las presidencias municipales, han desdeñado ocupar el sitio de regidor que les corresponde.
Filiberto, con una cola que se prolonga varios metros, dijo que no le interesaba esa posición y nos dio a entender con ello cuáles eran sus oscuras intenciones, frustradas -afortunafamente-, por la ciudadanía que fue y votó en su contra.
Arleth, fue una de las que las tuvo más negras ya que desde un principio fue deshauciada por los votantes. Arrastrando una famita que no se le desea a nadie, la damita dejó el glamour de San Lázaro y vino solamente para hacer el peor de los ridículos. Política que digamos no es. Sus méritos para haber llegado a donde está son otros. Lo sabe todo mundo.
Lo cierto es que la ciudadanía, que no perdona, terminó por echarla al basurero de la historia.
También ella, nada tonta, dijo que no a la regiduría. Ella no tiene problema seguirá echando la mona en la Cámara de Diputados.
Greg, es otro de los «angelitos» que vieron frustrados sus intentos, a Dios y a la ciudadanía gracias.
Hizo una de las campañas más cachondas, con musiquita y todo. Pero ni así, con payasadas, logró conmover el sentimiento ciudadano.
La famita que lo envuelve terminó por derrotarlo. Si hubiese terminado como alcalde, entonces sí, este mundo se acababa.
Con su actitud la ciudadanía determinó que no cualquier malandro llega a la presidencia. Compitieron por el puesto tres «fichitas» y ganó el menos gandaya de todos ellos.
Pues bien, en conferencia de prensa, no tuvo empacho en anunciar que la regiduría la ocuparía su hijo. Y también dijo el muy mentecato que si les tocaba diputación -afortunadamente no fue así-, esta sería ocupada por su suegra.
Así son los «políticos» en San Caralampio. Políticos balines, si es que usted que me lee no opina diferente.
Es cuánto.