Nicolás Lizama
En el amor y en la política, dicen los que de estas cosas saben, se vale todo. En ambos hay similitudes extraordinarias.
En el amor hay garrotizas que en un principio duelen pero que luego, la magia de la reconciliación, saben a pura gloria. Hay instantes en el que los platos vuelan buscando la cabeza de los belicosos con el claro intento de causar el mayor daño posible. Pero también hay momentos –tras de que ya no queda un solo plato entero-, en el que la comunión vuelve a florecer y la reconciliación se vuelve una estampa capaz de hacer chillar a cualquiera que observe dicha escena. Y la mayoría de las veces se llega a los extremos. El mundo está lleno de parejas que disfrutan de su “amor” intensamente.
Con la “pasión” a flor de piel, pueden darse varias bofetadas y en consecuencia terminar en la barandilla de alguna comandancia policiaca. En principio -el “amor” es así-, la fémina, encolerizada, pide, exige toda la acción de la justicia en contra de quien le ha puesto la mano encima de no tan muy buenas maneras que se diga. Llora, gime, manotea, suelta blasfemia tras blasfemia. “¡Es un monstruo, es un monstruo!”, grita a espaldas de los policías que llevan de “aguilita” a su “amado” enloquecido. Los gendarmes ni se inmutan. Ya están acostumbrados a este tipo de actitudes. Ya saben cuál será el colofón de todo el arguende. Esas escenas son frecuentes en el trabajo que desempeñan. Como una película que ya han visto varias veces, se saben de memoria el argumento. Pocas, escasisimas son las ocasiones en la que les falla el vaticinio. De ahí que no denoten ningún tipo de emoción ante el “espectáculo” del cual son testigos presenciales.
En estos casos los finales siempre se repiten. La dama zamarreada, ya más tranquila, ya atendidos los moretones, ya con el bálsamo haciéndole efecto en el alma, contrita, humillada, llega a la dependencia policiaca para retirar la demanda en contra de quien frecuentemente la confunde con piñata.
Y entonces los mandos policiacos, cual autómatas –lo que provoca la costumbre-, proceden al papeleo respectivo. Y ni caso tiene recriminarle a ambos para que reflexionen y destierren de sus vidas ese tipo de espectáculos. Es inútil. Gastarán en palabras solamente.
En cuestiones de política por ahí va la cosa.
Hay una época en la que a los políticos les da por pegarse hasta con la cubeta. Hay fechas en las que al grito de, “¡sálvese el que pueda!”, se dan por todos lados. Y no hay tregua que valga. No hay pausas en esa lucha diaria en la que, libres de convenciones de Viena y cosas de ese tipo, no hay misil que esté vedado.
Y les vale un sorbete que luego de la encomienda que les fue asignada, una presidencia municipal, por ejemplo, hayan terminado cuestionados. Les importa un cacahuate partido por la mitad que medio mundo los tilde de rateros. Ellos, en el colmo del cinismo, no se dan por aludidos. Al contrario, citan a conferencias de prensa y se llaman perseguidos. Gimen, lloriquean, mientras dicen que no es justo que los exhiban de esa forma. El rico ex primer edil de pronto se convierte en un “honesto” político acosado por sus adversarios. De pronto –magia de la política-, ya no es el que patrocina las mismas jugarretas de las que se está quejando. De pronto se ha convertido en una blanca palomita a la que el principal de sus rivales trata de exterminar a toda costa. De pronto se olvida que su misma mugre es la que le están tirando encima. Si se trata de soltar alguna lágrima, lo hacen sin ningún tapujo. El chiste es que los medios de comunicación consignen el “acoso” del que está siendo objeto. Y poco les importa –no conocen los escrúpulos-, que al mismo tiempo en que están “actuando” frente a los comunicadores, en otro lado sus esbirros estén haciendo lo mismo de lo que se está quejando.
Lo subterráneo es lo suyo. Son especialistas en concertar en lo oscurito. Mientras no se metan con ellos, mientras los dejen actuar impunemente, son felices, sonríen y abrazan incluso a su enemigo. Mientras sus ingresos sean generosos, mientras la caja registradora suene constantemente, pueden incluso soltar frases melosas a los periodistas sin que se les pongan colorados los cachetes.
Con el mayor grado de cinismo del que pueden hacer acopio, ahí están, por un lado quejándose de que son víctimas de una guerra sucia, y por otro lado, en sus cuarteles, tiran excremento por todos lados con tal de salpicar al mayor número de sus adversarios.