Nicolás Lizama
El doctor José Lorenzo Ortegón, es el mejor ejemplo de todo el embarradero de popó que provocó el que gobernó durante la administración anterior.
El doctor era un tipo feliz antes de que le llegara la maldición de la Secretaría de Salud.
Era un funcionario de segundo nivel y atendía su consultorio particular.
Bien que mal, dentro de lo que cabe, tenía su estatus como funcionario.
Me comentan quienes le conocen que es un buen médico y además es un tipo que sabe del valor de la amistad.
Desafortunadamente le llegó la maldición del puesto y a todo se lo llevó el demonio.
Aunque no se sumergió pleno en el lodacero, de todas formas pasó a formar parte del entramado que nutría las arcas del avorazado mandamás que los encabezaba.
El dueño de las “canicas” cada vez quería más “canicas” y había que agarrarlas de donde fuera para proporcionárselas.
Hoy, “El Chato”, como le llaman sus amigos, enfrenta un serio problema en el que está inmiscuido un buen billete. Billete que jamás estuvo ni siquiera un segundo en sus arcas particulares.
Eso implica un desgaste físico y emocional tremendo. El estrés le cayó pleno y hay gente que lo ha visto usar un bastón para desplazarse.
El anterior gobernador pulverizó el prestigio, poco o mucho, que tenían sus colaboradores. En pocas palabras, el orbitar a su alrededor implicó para mucha gente mandar a la m…da toda una trayectoria en el servicio público.
Dentro de los denunciados hay de todo, desde los que saquearon a placer, los que lo hacían con gusto y voracidad (hasta saludos mandan cuando los detienen), hasta los que no tenían más remedio que hurtar, adjudicarse su respectivo diezmo y canalizar el resto al máximo jefazo que les había “vendido” el puesto.
Hay de chile, de dulce y de manteca entre los ex-borgistas que pusieron pies en polvorosa.
Unos merecen permanecer largo tiempo en la cárcel por rateros, mientras que otros ameritan recibir algún castigo por “pericos”, por no haber sabido deslindarse a tiempo de quien a la postre los arrastraría al infierno en el que están metidos hasta el cuello.
El ex-gobernador no tiene mayor problema, devolviendo una pizcacha de todo lo acumulado, puede poner los pies en la calle de nueva cuenta.
Y, aparte, le vale un sorbete lo que los demás opinen sobre su conducta.
Amolados los cristianos que “empeñaron” su trayectoria en el servicio público por estar a su lado y que hoy tienen que andar a salto de mata.
Esa sí es una desgracia.