Nicolás Lizama
En pleno siglo 21, hoy jueves fui testigo de un caso insólito en extremo.
Durante cerca de hora y media, busqué con sumo interés el teléfono celular de Carlos Joaquín González, el gobernador del Estado.
Me llamó la atención que no lo tuviera a la mano he hiciera uso de él, como todos los comensales que le acompañaban, incluyendo a Aidé Serrano, Vocero del Estado.
Os juro que agudicé lo más que pude la mirada periférica y ni así pude dar con ese aparatito, que hoy hasta un humilde paletero carga pegado a los oídos.
“No puede ser”, me dije en varias ocasiones.
“En algún lugar ha de tenerlo”, pensaba mientras disimuladamente le recorría de los pies a la cabeza.
Y nada que lo encuentro.
“A menos que lo tenga escondido entre los calcetines…., porque por otro lado no lo veo”, fue un pensamiento que cruzó por mi mente al final, cuando estaba a punto de rendirme.
Carlos Joaquín es de cuerpo esmirriado en extremo. Todo lo que lleve en las bolsas de la camisa y los pantalones, se le nota a leguas.
Estoy seguro por lo tanto que en sus bolsas no estaba ese aparatito que a todos nos acompaña hasta cuando estamos en el baño.
Me asombra en extremo que un personaje como Carlos Joaquín se mueva como Pedro por su casa sin un teléfono en las manos.
Los dos gobernadores anteriores, por encima de todas las cosas, solían centrar su atención permanentemente en el teléfono. Lo traían prácticamente pegado en la mano.
Tanto así, que había momentos en que era peor que una mentada de madre la falta de interés para la persona que en ese instante “dialogaba” con ellos.
La verdad, quedé asombrado de que CJ no hiciera uso de un teléfono durante el tiempo en que presidió el desayuno con los periodistas.
No es un detalle menor, aunque llegara a parecerlo.