Nicolás Lizama
Nunca había estado en una verdadera Torre de Babel.
Al fin lo estuve.
El hospital «20 de Noviembre» lo es en el total concepto de la palabra. Aquí recala gente atribulada de todos los rincones de la República mexicana.
Nunca había visto a tantos enfermos juntos.
En el área de recepción e ingreso se escuchan muchas historias. Tantas que darían para escribir un libro entero.
Un detalle exquisito que llama la atenciòn en esa gente adolorida, es el profundo amor que sienten por la vida.
El que viene de San Luis Potosí comparte a través de su verbo fácil, escuchable a varios metros de distancia, las bondades de su tierra. El de Puebla, faltaba mas, hace lo propio. Y así por l estilo. Nadie se queda con las ganas de presumir su pequeño Girón de patria. El chiste es que allí está expuesto todo su esplendor el mosaico cultural de la República.
Se echan porras, se desean suerte y comparten todo lo que en ese momento se lleven a la boca.
Es una comunidad solidaria en todos los sentidos.
Contagian. Es claro que aquí no vale apachurrarse.
El viernes tocó resonancia electromagnética. !Ouch! No sabía lo que era eso. Es una especie de tortura China -os lo juro- cuyo ruido parece taladrarte los oídos.
?Qué hacer para que la mente se concentre en otra cosa? !Mmmhh!
!Vangelis! Por supuesto !Vangelis!
Y ya de pronto a algo que sonaba como una especie de matraca le voy escuchando un exquisito sonido a tubulares o algo parecido. !Aaah! !Qué tranquilidad!
? De dónde salió Carros de Fuego? No lo sé, pero clarito la escuché de principio a fin.
Luego siguió La Conquista del Paraíso, Alfa y otras mas que me lubricaron el cerebro en un abrir y cerrar de ojos.
Fue un concierto extraordinario.
PD.-aquello también me recordó un remedio casero que utilizaba la abuela para reavivar a los pollos que nación medios mensos.
!Ah, la abuela! La que me enseñó que a veces la vida decente, de gente con principios, consiste en ir a misa y aportar invariablemente la religiosísima limosna de lunes a domingo.
Pero, bueno, término de contarles.
Ella metía los pollos sonsos debajo de una lata y la golpeaba fuertemente en varias ocasiones.
Les juro que el proceso funcionaba. Los pollos revivían e iniciaban una vida sana en todos los sentidos.
Trucos caseros que nunca fallan.