Nicolás Lizama
A las campañas les faltaba algo. Necesitaban tantita chispa. Le urgía una que otra declaración de alguno de los candidatos que hiciera que los votantes pusieran la materia gris en movimiento.
La verdad, ya se habían tardado en emitir una declaración que hiciera que las rotativas se pararan y esperaran la nota de la declaración que por su contenido valía la pena difundir por todo lo alto.
Y el que se animó primero en hacer una declaración que hiciera que el entorno se pusiera en ebullición, fue Mauricio Góngora, el candidato de la alianza PRI, PVE y PANAL.
Y dijo, palabras más, palabras menos, que de obtener el triunfo el próximo 5 de junio, cedería la Casa de Gobierno para el hospedaje de alumnos provenientes de otros sitios.
Esa es una muy buena noticia.
Quienes alguna vez nos animamos a traspasar los límites de nuestro pueblo para ir en busca de los estudios que nos permitieran vislumbrar otros niveles de existencia, sabemos lo que significa llegar a un sitio extraño en donde tienes que pagar hospedaje y alimentos.
Para empezar, te sientes como un perro sin dueño, lejos del hogar, lejos de la jefecita que a como dé lugar, a veces lavando y planchando ajeno, siempre tiene un plato de comida caliente en tu mesa.
Se siente del nabo eso de tener que ir a estudiar con el estómago gruñendo y con el cuerpo todo adolorido debido a que la hamaca no encaja como es debido en el espacio que te rentaron por unos cuantos pesos.
Mis peores recuerdos son aquellos días cuando con una mochilita en la que apenas cabían tres mudas de ropa, cepillo de dientes, crema dental, un peine y párele de contar, llegué a Chetumal y fui al sitio en que me habían rentado un cuartito de mala muerte que olía a humedad y que del techo colgaban telarañas. Mi primera impresión fue salir corriendo con rumbo a la terminal de autobuses. Era un chaval que se había pasado casi toda la vida en el pueblo, viviendo siempre a costillas de los jefes, conviviendo con los amiguitos igual de inocentes, igual de tímidos, incluso cuando pasaba una chavita guapa enfrente y no buscábamos la forma de decirle que estaba como para chuparse los dedos.
Ya se imaginarán entonces lo desamparado que me sentía en aquel momento cuando de pronto la realidad me pegó una especie de bofetada que me hizo recordar de golpe mi triste realidad.
Tardé mucho tiempo para adaptarme a mi nuevo tren de vida. Entonces supe lo que era una casera, ruda cuando se pasaba una semana sin recibir el pago de la renta. Varias veces la vi llegar con la espada desenvainada pidiendo el pago de la mensualidad correspondiente. Y ni modo, aprendí a hacer concha. Lo que es la ley de la sobrevivencia. Uno tiene que ingeniárselas para evitar que te corran del sitio en donde duermes y en donde, de plano, tratas de pasarte el mayor tiempo fuera ya que aquello parecía una celda.
Uno tiene que adaptarse. Lo pueblerino nunca se quita, por fortuna, sin embargo vas adaptándote a tu nueva realidad. Vas haciendo mañas que te permitan sobrevivir mientras estudias, esperanzado en que ya con tu título en la mano –je, je, je, pobre iluso-, ya no tendrás que sufrir tantas incomodidades.
La verdad nunca fui un estudiante de excelencia. No culpo a la situación en la que me encontraba. No culpo a aquel cuartucho. No culpo al plato de frijoles, lentejas, o arroz, que ingeríamos apresuradamente antes de salir corriendo tras el autobús que nos llevaría a la escuela. El chiste fue que aprobé -¿cómo le hice? Ni yo los sé-, mis estudios de bachillerato con un siete o con un ocho, ya ni lo recuerdo (“bendita” memoria).
Pero en fin, lo anterior viene a cuento por el anuncio que hiciera el candidato. Sería un gran detalle que como acción de gobierno cediera ese espacio para los estudiantes (con comida incluida, por supuesto, si no, ¿qué chiste?).
Y no solo ese, sino los que se pudieran (va como un tip, señor candidato).
Bien por ese anuncio. Ya hacía falta algo parecido.
Ojalá y los demás candidatos también hicieran ofertas de ese tipo. Total, si llegan, no creo que tengan mucho problema para cumplir lo prometido. Y si no llegan, pues ni modo, ahí quedará el recuerdo de la generosidad que una vez externaron a los cuatro vientos.