Nicolás Lizama
¿Cómo le harán los políticos para ganarse el voto popular en las próximas campañas? ¿Cómo le harán para restaurar en algo el deteriorado prestigio que aún les queda?
¿Cómo le harán para conquistar el voto del tan agobiado ciudadano que no ve la suya en cuestiones económicas?
La empresa es complicada para los políticos de casa, sobre todo sabiendo que no son tan convincentes que se diga a la hora de exponer sus planes de trabajo.
Lo estamos viendo con quienes actualmente, saltándose las trancas, hacen campaña por todos lados. El carisma brilla por su ausencia. Los gestos espontáneos, de los que suele enamorarse el electorado, son casi nulos. De no ser porque son anunciados con bombos y platillos por el orador oficial, la gente, de plano, ni cuenta se daría que ahí, en ese sitio, está un personaje que aspira a ocupar un cargo de representación popular.
Son personajes que por sí solos jamás moverían a las grandes masas. Si usted agarra a uno de ellos y lo lanza al ruedo sin un peso en el bolsillo, se quedarían impávidos y no sabrían qué hacer ante los probables votantes que tiene enfrente. Sin los clásicos regalitos en mano, léase una playerita y una gorrita, jamás sabrían cómo hacer para que esa gente no dé la vuelta y se vaya en busca de otras cosas más interesantes. Sin los refrescos, las tortas y los tacos como avanzada para derrumbar los muros de la indiferencia, hay muchos políticos que jamás lograrían congregar a una docena de personas en su entorno.
Pese a todo, hay verdaderos zánganos de la política medrando en el presupuesto público. Pese a que como políticos no valen un cacahuate partido por la mitad, ahí están viviendo como sultanes, presumiendo de un prestigio que ellos mismos se han creado y amenazando constantemente con seguir enquistados en el presupuesto como garrapatas en las ancas de un caballo. Es una verdadera vergüenza que vividores de ese tipo hasta se den el lujo de repetir como flamantes diputados, un cargo público desprestigiado y vituperado gracias a que quienes los desempeñan generalmente son tipos improvisados –hay sus muy honrosas excepciones-, que han llegado a tan elevado cargo sin los mínimos merecimientos.
Las próximas campañas requerirán de personajes que al menos sonrían espontáneamente y no lo hagan obligados por la circunstancia. Y es que, de plano, es patético ver a candidatos que, como robots, saludan a la gente y apapachan a chamacos sudorosos a quienes incluso les estampan un sonoro beso en la mejilla sin denotar asco alguno. La gente cada vez cree menos en ese tipo de candidatos que suelen sufrir una radical transformación en sus vidas. Y es que cuando aún no eran nominados candidatos, cuando no tenían necesidad de granjearse el afecto del resto de la gente, pocas veces salían a la calle y se enrolaban con la chusma, esa chusma a la que luego, ya siendo candidatos, buscan y apapachan tan exageradamente como si de veras amaran a sus semejantes.
En las próximas campañas el puro rollito ya no servirá de gran cosa. La gente ya se sabe de memoria los argumentos de un político en campaña. El electorado ya sabe que son especialistas en dorarle la píldora a cualquiera. Ya sabe que son pura palabra vana, que son promesas que a la larga siempre quedarán en el olvido.
No es nada fácil enfrentarte a las multitudes. A como están las cosas, nunca falta alguien que en el fondo del abarrotado salón (el inevitable acarreo), arropado por el resto de la gente, levante la voz y ponga las cosas en su sitio. Cada día la vida es más difícil. Cada día la gente se va dando cuenta de que son pocos los políticos que realmente están preparados para hacer que su gestión sea diferente a la de quien los antecedió en el cargo.
Las próximas campañas requerirán de políticos que transpiren cierta dosis de confianza (tampoco se les puede pedir tanto, claro). Se necesitarán candidatos sin tanta fama de uñas largas. Candidatos que hayan entregado buenas cuentas en los sitios en los que estuvieron antes. Candidatos que no tengan que pasar bochornos cuando algún inconforme les recrimine cierto desliz que aparentemente ya se encontraba bien oculto debajo del tapete.
¿Existirán esos candidatos? Mmmmhhh…, puede ser. No hay que ser tan negativos. Buscándole hasta con la lámpara de Diógenes pudiera uno tropezarse con algún garbanzo de a libra que al menos nos haga creer que la buena voluntad domina sus acciones.