Nicolás Lizama
Y las luces se encendieron.
Se escucharon los aplausos y las porras retumbaron como en los viejos tiempos.
Fue un reencuentro muy emotivo, lo que sea de cada quién.
En el empastado del campo “10 de abril”, el llamado de las grandes emociones, estaban los históricos del fútbol profesional en Quintaba Roo.
Y hasta el clima fue benévolo con ellos. Comprensivo, comprendiendo que la humanidad de los históricos ya no está como para arriesgarse a una contractura- suspendió durante un tiempo prudente su tan amenazador derroche pluvial.
Hasta el oficial mayor, Manuel Alamilla, se contagió del ambiente retro y se aventó un discursito muy ad hoc para la ocasión.
Provenientes de diversos puntos del país, jugadores de Arroceros, generación 1982-86, hacían acto de presencia para rememorar aquellos días cuando derrochaban energía por los campos -no tan buenos algunos- de la zona sur de la república.
El tiempo no perdona.
Hoy, varios ya denotan los mamporrazos que el padre Cronos les ha tirado encima.
Las inevitables lonjas les rodean la cintura, los cachetes abultados y el pelo blanco -los menos afortunados ya no tienen- también hacen acto de presencia.
Algunos, ya estando frente a frente, nariz con nariz, tardan algunos instantes en reconocerse.
¡Qué jod…, estás cab…”, se dicen uno al otro, los que se tienen más confianza, claro.
Otros, más discretos, voltean y le susurran al que tienen a un lado, respecto a menganito o zotanito: “!chin…, cómo a cambiado, ya ni lo reconocía”!…
Y no importa.
Poco interés tienen esos detalles.
Hoy, la estética corporal vale un soberbio cacahuate.
Con sus años a cuestas, con el inexorable tiempo encima, ahí estaban los personajes que tantas alegrías aportaron a la fanaticada de aquel entonces, varios de ellos en las gradas, como Fidel, “El Indio” y doña Nelly, que volvieron a hacerse notar con sus gritos y sus porras, como antaño.
“Sebo”, “Pelos”, “Viruta”, “Pulga”, “Chino”, “Mayeyo”, “Cejas”, “Colono”, “Canalla”, China”, “Chicho”, “Titino”, “Velociráptor”, “Perico”, en fin, muchos personajes, conocidos más por sus apodos que por sus nombres de pila, porque, permítame confiarle, en el fútbol, sin apodo, estás frito, es como si no existieras.
Detrás de todo buen jugador-dele una hojeadita a la historia- siempre hay un apodo que armonice.
El encuentro, a la hora de los cocolazos, no crea usted que fue de mero trámite. Nada de: “pásale y haz lo que se te antoje”.
Tipos bragados a quienes no les gusta perder ni en las canicas, se esmeraron por horadar la portería contraria a como se pudiera.
Hubo que sudar la gota gorda para que Fernando Camín -histórico y muy querido el tipo, en serio- consiguiera el gol que a la postre sirviera para que Arroceros se impusiera a los Pioneros.
Al final, en reunión entre familia, compartieron el pan y la sal, se entregaron reconocimientos, se brindó y se hicieron votos para no dejar pasar tanto tiempo y reencontrarse nuevamente.
La familia futbolera, los ex profesionales, retornaron a su rutina, unos a sus respectivas chamba en su lugar de origen y otros a seguir disfrutando de su jubilación, bien ganada después de tantos años de trabajo, porque el fútbol, créame, a muy contados enriquece (económicamente hablando, claro)…
Apáguense las luces.