Nicolás Lizama
Claudia Romanillos, la gran vendedora del IPAE, compareció…, mejor dicho, fue a perder su «valioso» tiempo ante los señores diputados.
Para empezar, los legisladores le dieron muchas vueltas al asunto. No concretaban. No iban al meollo del problema. No hicieron los cuestionamientos que bullen en la mente del ciudadano de la calle que votó para que estén allí cómodamente sentados con el cafecito a un costado.
Hubo uno -pobrecillo- que se llevó media hora preguntando sobre un predio de media hectárea en Bacalar, cuando la danza de los millones de dólares birlados están en otra parte.
Si la damita no fue preparada, lo que indica que le valía sorbete los cuestionamientos que fueran y vinieran, los diputados menos.
!Tanta tela que había para cortar y recortar y no lo hicieron!.
El «Chino» Zelaya, me lo imaginé más vivaracho para esas cosas, en inútil intento de evitar que la doñita se siguiera haciendo «pato», intentó aplicarle una especie de manita de puerco.
Y la chica volvió a zurrarse en ellos. «Mis colaboradores están consiguiendo la información», decía la hábil vendedora sin que nadie la sometiera al orden. Sin que nadie la conmina a tener más respeto por el sitio en el que estaba.
En un principio ambas partes parecían jugar al gato y al ratón. Al final ya no sé en qué se convirtió aquello…(no quise continuar perdiendo el tiempo observando el video)
A eso, aquí, en China y en San Caralampio, se le llama perder miserablemente el tiempo.
Algo parecido hacía la anterior legislatura. Y es ampliamente conocido el juicio que la sociedad hizo de ellos.
A la Romanillos había que hacerle preguntas concretas y las respuestas deberían haber sigo igual de directas, sin evasivas, si el manido e infantil recurso de «aguántenme tantito, luego te los paso».
Pero hete aquí que la «vendedora» del IPAE se los llevó al baile con la sonrisa pintada en el rostro.
No seguí observando el video porque, en serio, me dio pena ajena observar la actuación tanto de una como de los otros.
Lo último que vi fue realmente un monumento al cinismo.
Le preguntaron por el nombre de la persona a la que se le vendió el estacionamiento del estadio Sian Ka’ an y ella, con toda soltura, dijo: «El nombre no lo tengo en estos momentos, pero se los paso luego» (palabras más, palabras menos).
A muchos que presenciaban la escena se les revolvió el estómago. ?Cómo es posible que no tuviera a la mano un nombre que la sociedad en su conjunto ha exigido desde hace muchos meses? Un nombre que fue exigido prácticamente desde el día en que amaneció con un cerco de alambre de púas tan privilegiado espacio.
La Romanillos nos quiere ver la cara a todos. Piensa que nos estamos chupando el dedo y que con su cinismo es más que suficiente para librarse de la culpa que le corresponde a todas luces.
Es evidente que esta dama no puede irse a casa a disfrutar tranquilamente del producto de su «trabajo».
Es notorio que la autoridad correspondiente tendrá que exigirle que suelte la sopa, que narre a detalle cómo se vendió gran parte del patrimonio del Estado, de algo que en teoría corresponde a todos los quintanarroenses y no solo a un grupo de privilegiados.