Nicolás Lizama
Los dueños de una franquicia llamada Partido del Trabajo son malos empresarios. No aprenden. No se adaptan a los nuevos tiempos. Siguen haciendo todo a la vieja usanza. Siguen delegando las principales posiciones entre los amigos muy cercanos y entre su muy numerosa parentela.
Si acaso las migajas, literal, lo que son migajas, la reparten entre los de más abajo, los que en realidad se soban el lomo como los buenos. Los que hacen la talacha, los que van de pared en pared pintando y colocando todo tipo de promocionales. Los cristianos que se creen eso de que hay que empezar desde muy abajo (je, je, je).
Los dueños, más bien el dueño de la franquicia, es un marrullero de los pies a la cabeza. Es un tipo que, bendita suerte, encontró su mina de oro y ha sabido como explotarla. Le ha sacado el provecho suficiente. Gracias a su minita de oro, ha sido diputado (y dos veces), una posición que en teoría debería corresponder a gente comprometida con su entorno, embonado con los que se supone votaron para que ocupara tan distinguida posición. Una posición que en realidad, al menos en nuestro medio, no da prestigio por estar tan prostituida. Un legislador, en nuestro entorno, es un personaje que al ritmo de billetes aprueba cualquier Ley aun cuando con eso le esté partiendo el alma a medio mundo.
Si acaso la única luchadora social que les quedaba en la franquicia, Tania Casamadrid, ha renunciado. La chica, bacalareña comprometida con el pueblo que la vio nacer, decidió empacar maletas y buscar nuevos horizontes (que no le han de faltar), cuando se dio cuenta de que el “empresario” vende su “yo apruebo” al mejor postor.
Fue lo mejor que Tania pudo haber hecho. La felicito. Uno, de tanto juntarse con esta gente a veces termina contagiado. Es bueno que se haya ido libre de gérmenes. Libre de impurezas.