Nicolás Lizama
«Ya hueles a nostalgia…»
(Un suertudo, encumbrado y longevo funcionario público actual, en su hasta hoy muy cómodo despacho, observando -suspiro de por medio- el nombramiento, sobriamente enmarcado, que le otorgaron hace varios años)
Duele abandonarlo. Mejor dicho, duele que el poder un día te abandone.
? Qué es el poder?, se preguntan muchos que nunca han arañado esa selecta gloria.
Un día le escuche decir a un funcionario nada agraciado con el físico que el poder era el afrodisiaco más poderoso que había conocido.
Y por lo que vi, y por lo que me contaron!, cuánta razón tenía!
El era un secretario de Estado, todopoderoso, con miles de empleados bajo su mando y con infinidad de féminas deseando que él les dirigiera la mirada.
Él por supuesto que encaminaba la mirada hacia quien le interesaba. No era remilgoso para ese tipo de cuestiones. Al contrario, quería y se dejaba querer con regular frecuencia.
En más de una ocasión, sus subordinados, incluso, le escondieron a su guapa secretaria cuando el importante funcionario los visitaba en su área de trabajo.
«No se le va una viva», era el atemorizado comentario del subordinado que temblaba ante la posibilidad de que el jefe máximo le birlara a quien era algo más que una simple secretaria.
Así se pasó varios años, disfrutando de las bondades que el poder suele traer aparejado.
Se acostumbró a que le tendieran alfombra roja a donde fuera.
Hoy, que esos días de gloria acaban, ante la imposibilidad de que pudiera volver a colarse entre los elegidos, suda frío cuando a su mente vienen las imágenes del retiro obligado, del dramático instante en que por default dejen de llegarle las llamadas de sus pares, de los otros poderosos que al igual que él tendrán que hacer maletas.
Es entonces que, en su aún despacho, en los que todavía aún son sus dominios, sentado en su reconfortable sillón ejecutivo, platica con su nombramiento que cuelga de la pared en el espacio más privilegiado.
Toma un sorbo de agua que le ha traído la aún diligente secretaria y agobiado por la pena, suelta un lento, lentísimo: «ya hueles a nostalgia»…
Y está tan confundido el hombre, que a fin de cuentas no sabe si el comentario lo dirigió al nombramiento sobriamente enmarcado o a la voluptuosa «secretaria» cuyo rostro no es de mucha alegría que digamos.