Ignacio Tzab
La encargada del despacho de la Secretaría de Desarrollo Social, Rocío Moreno Mendoza, se ha convertido en un dolor de cabeza para el estado.
Prepotente, con ínfulas de que solo sus chicharrones truenan, va, chasquido en mano, pavoneándose como si fuera la quinta esencia.
¿Cómo es que le aguantan tanto?
Esa es la gran pregunta.
Ni siquiera es competente que digamos. No es una servidora pública que marque la diferencia.
Es, si acaso, una de tantas.
Otro jefe menos complaciente, ya la hubiese mandado a donde usted se está imaginando.
En José María Morelos armó un sanquintín hace poquito con la intromisión policial para rescatar a dos de sus subordinados.
La dama no supo ni con quienes se estaba metiendo.
Por esos rumbos es necesario andarse con mucho tiento.
Los paisanos de aquellos lares no se dejan y pelean sus derechos.
Así que más vale que vaya poniendo sus barbas en remojo porque no se la perdonarán tan fácil.
Funcionarios como ella son un lastre para la administración estatal, ya de por sí maltrecha en lo que concierne a la fama pública.
Si sus superiores no pueden darle las gracias y decirle que se regrese por donde vino, al menos aconséjenle que le baje tantito a sus ínfulas.
Sería una descomunal desgracia si tuviéramos que aguantarla así, tal como es, todo lo que resta del sexenio.