Por Nicolás Lizama
Es lunes en el Congreso del Estado.
Son las 11 de la mañana y los representantes de las fuerzas vivas de Nicolás Bravo y sus alrededores hacen acto de presencia.
Quieren convertirse en municipio.
Gustavo Miranda, el líder camaral, los ha citado para reunirse con ellos.
Ahí están, muy optimistas, pensando que hoy volverán a su región con buenas noticias.
Pobres, no tardará en retornar a su triste realidad.
Viajaron desde lejos para nada.
Les informan -¡plop!- que el señor diputado no se encuentra.
Les dicen que los atenderá un diputado de apellido Villatoro, chalán del tal Gustavo.
Los nicolasbravitas presentes, como es de esperar, lo mandan a freír bolas.
Y ahí se traba el asunto.
Es imposible dar con el diputado.
No contesta a las llamadas.
Gustavín, como buen junior, ha de estar retozando en un campo de golf de la Cancún cosmopolita, mientras los chalanes le preparan sus “traguitos” y una suculenta botana (lujillos que se dan los dizque “representantes populares”)
Es lunes, ni las gallinas ponen y Gustavo lo sabe.
¡Viva la la haraganería!
La chamba de diputado es una actividad que reditúa buenos dividendos, se nota a simple vista.
A lo lejos se ve llegar a un Mercedes Benz y baja un tipo con más fachas de delincuente que de representante popular.
Lleva una maletita y saluda muy parsimoniosamente.
“Es diputado, a huev… es que es un diputado”, comenta uno de los pueblerinos.
De pronto cae el aguacero.
¡Puf, un verdadero diluvio!
Todos los presentes se acurrucan debajo de un toldito que amenaza con ceder y venirse abajo ante la furia de la naturaleza.
Ahí, como pollos mojados, las mujeres y los hombres del campo observan como llegan camionetas que se detienen para esperar que la chalaniza salga en ching… con paraguas en mano que protejan a las damitas para que no les caiga ni una gota encima.
Cumplen su chamba con eficiencia. Faltaba más, para eso les pagan.
Francisco Reyes, “Pancho cremas”, exdiputado, observa muy atento y suspira recordando aquellos tiempos cuando también le tendían alfombras rojas.
Es una chingonería la chamba de diputado. La neta.
Se ve, se nota, se respira en el perfume que dejan tras de sí al introducirse al muy bien resguardado edificio.
Tengo el presentimiento de que hasta los diputados varones se hacen su pedicure y manicure, mínimo dos veces por semana.
Todos se ven finitos. Fifís, pues, según el término de moda.
La última vez que estuve por aquí, en la época de Pedro Flota, hasta los perros callejeros tenían libre acceso.
Hoy, todo ha cambiado. Hay cerrojos por todos lados.
Es inverosímil que estos personajes, que en campaña hasta le besaban los pies a los votantes, hoy se encierren a piedra y lodo en un edificio que, se supone, es propiedad de todos.
Sí, claro, es suyo y es mío, aunque sea nada más de a mentiritas.
Los reporteros, entrevistan a los frustrados representantes de los distintos poblados que están presentes.
Hasta el alcalde de Dos Aguadas hizo el largo viaje nada más para llegar y encontrarse con la desfachatez del legislador (legisladorcete, le endilgó uno de los presentes)
Todos descargan su molestia ante los micrófonos de los comunicadores que tienen enfrente, cosa que al titular de la Jugocopo, el juniorsazo, le vale un cacahuate.
Y ya se van, pero antes prometen volver ya bien pertrechados y ya no moverse de ahí hasta que los reciban.
Y, aguas, porque a esa gente, muy bravía -para sobrevivir por esos rumbos, hay que serlo- cuando se alebrestan ni Dios padre que baje del cielo logra controlarlos.
Antecedentes hay, y muchos.