Nicolás Lizama
Hubo un tiempo en que en “San Caralampio” todos suspiraban por ser delegados de alguna dependencia federal. Político que se sentía importante, siempre tenía como una de sus primeras opciones el ocupar uno de esos puestos en donde los viajes y por ende los viáticos son un privilegio de nunca acabar.
No había mejor forma de mimar a los gallones del patio que dándoles una delegación federal. Eran inmensamente felices cuando de pronto recibían esa llamada telefónica tan especial que les confirmaba que había afecto y que por lo tanto prepararan un discursito adecuado ya que en breve tomarían posesión de equis delegación federal. Y el afortunado lo presumía entre sus más allegados –faltaba más-, al mismo tiempo que les indicaba que se prepararan porque algo les tocaría a la hora de nominar a sus colaboradores más cercanos. Y entonces la felicidad de los políticos de casa –los cercanos al nuevo delegado-, se multiplicaba ya que eran varios los que se beneficiarían con la nominación.
Pero hete aquí que un día el panorama político cambió y los nuevos mandamases optaron por enviar a los señores delegados de otras partes del país. Y entonces “San Caralampio” se llenó de fuereños que solo vinieron a provocar escozor en la clase política de la localidad. Delegados fueron y delegados vinieron sin que alguno se aplicará como es debido ya que “San Caralampio” les valía un soberano cacahuate. Todos los fines de semana tomaban con rumbo a su estado natal. Las críticas les valían un pepino partido por la mitad. Se sentían protegidos por los señores que gobernaban en esos momentos y por lo tanto podían presumir su impunidad.
No les duró mucho el gusto a quienes detentaban el poder. De pronto el panorama cambió y otro partido político asumió la conducción del país.
Y entonces volvieron a suspirar los políticos de la localidad. Volvieron a soñar con esas posiciones en donde lo que menos les preocupa es la quincena que perciben por “trabajar”. Volvieron por sus fueros quienes ya incluso se daban por jubilados, por muertos, pues.
La política sin embargo no es miel sobre hojuelas aun cuando el partido político en el que militas detente el poder. De pronto aparecieron delegados federales que nunca antes habían sido vistos por acá. Bueno, es un decir, alguna vez habían venido, de vacaciones, claro, a retozar en las cristalinas aguas que caracterizan a la zona norte de la entidad.
De pronto varios de los que se sentían con méritos suficientes para ocupar esas posiciones de privilegio vieron estrellarse las puertas sobre su nariz.
Y entonces, de nueva cuenta, volvieron los funcionarios fantasmas, esos que solo se asoman dos días y el resto de la semana se la pasan en su estado natal o en el Distrito Federal. Esos “servidores” públicos que solo están de paso ante la promesa de una mejor posición, lo cual los hace totalmente ajenos al acontecer local.
Hay varios cristianos así en la actualidad. Hay “servidores” públicos que se encuentran de paso en nuestra ciudad. Personajes que no tienen idea siquiera de lo que es un queso de bola, una mantequilla azul o un pescado a la tikinxic.
Para acabarla de amolar, estos personajes nunca llegan solos, siempre traen tras de sí a gente de su confianza, cristianos que lo acompañan a donde quiera que va. Tipos que llega a desplazar a los demás, a gente de la localidad.
Es el caso –uno de tantos-, del delegado de la Comisión Nacional del Agua, José Luis Blanco Pajón, cuya oficina en el impresionante edificio de la avenida Universidad siempre se encuentra sin titular ya que el robusto personaje siempre anda en Yucatán, su tierra natal.
En fin, este problema, por lo visto, no tiene para cuando acabar.