Por Mario Castillo Rodríguez
Chetumal.-Aunque la capital del estado sigue a oscuras y en ocasiones el clima invita a permanecer inmerso entre las sábanas y al calor de la pareja, todos los días desde las 3 de la madrugada, y con 66 años de edad cuestas, Ignacio “Don Nachito” Lizcano García, se desempeña como barrendero desde hace poco más de 10 años.
De origen quintanarroense -pues así dice serlo- la lluvia, el intenso sol, e incluso los bajos salarios y las mermadas prestaciones que recibe; no son impedimento para que el optimista barrendero cumpla diariamente con sus responsabilidades.
“Desde las dos y media de la madrugada nos levantamos mi viejita y yo. Mientras ella me prepara el lonche, yo cuelgo el remolque de la moto y preparo mis herramientas (escoba, machete y recogedor), para salir a ganarme el pan de cada día, manteniendo limpia una parte de la zona centro de Chetumal”, comentó el entrevistado.
“Para mí es un orgullo poder servir a la gente de esa manera. No importa que el sueldo sea bajo (cerca de mil 500 pesos quincenales) o que no sea yo sindicalizado, pues a final de cuentas a mi edad es difícil conseguir un trabajo como el que hoy nos da de comer a mí y mi esposa (de 54 años), quien es mi fiel compañera de vida y quien me ha dado 6 adorables hijos, tres mujeres y tres varones”, dijo entusiasmado “Don Nachito”.
Y mientras al silbido madrugador se expone a la creciente delincuencia y el vandalismo, gustoso empieza sus labores con la férrea disposición de esperar los primeros rayos del sol para degustar “el taco” que lleva celosamente guardado en la mochila. “Me dan empanadas de queso, chaya nopales, y en ocasiones huevos con tomate o al gusto, porque no siempre alcanza para la carne”.
Y así, testigo de los mañaneros deportistas, de lagañosos y acarreados chiquillos que van a la escuela, y demás pasarelas cotidianas, el creyente de los “testigos de Jehová” va puliendo las calles que circundan poco más de 8 manzanas de la parte baja de Chetumal.
“Dicen que el dinero nunca alcanza, pero yo gano para vivir sin deberle a nadie más que a Dios por la vida y sus bendiciones, pues ya mis hijos están grandes y casados, solo tengo una muchachita que depende de nosotros, pero está fuera de casa ya que desde hace unos meses se fue a Honduras como misionera de la religión que profesamos. Solo tengo que mandarle unos centavos cada determinado tiempo, pero aún y con todo eso le doy muchas gracias a la vida, le doy muchas gracias a Dios”, aseguró el respetable limpiador capitalino.
“Las latas de aluminio, el cartón y el plástico que recojo y voy juntando me permiten ganarme unos pesos extras para completar lo de la luz y el agua porque para cocinar es mejor la leña, aparte de que no cuesta ya que por las tardes voy por ella”, abundó.
Son ocho horas diarias de jornada, y barrer más de tres kilómetros no es tarea sencilla; aparte de esfuerzo se requiere técnica utilizando la escoba, con un agraciado paso que combina movimientos de piernas y brazos, y que a pesar del esfuerzo de los años no le han permitido tener una casa propia.
“Vivo en el poblado de Calderitas en la casa que me tiene prestado uno de mis hijos que se fue al extranjero a ganarse la vida, y desde allá vengo todos los días en esta moto que me compre a crédito con el Fonacot, pero que afortunadamente terminé de pagar el año pasado. Ella -con 50 pesos de gasolina a la semana- son mis pies y me es más cómodo colgarle el remolque que andar jalando el triciclo o el tambo como los demás compañeros”, agregó el amigo Ignacio.
Una vez concluida la tarea, “Don Nachito” deposita la basura recogida –en dos o tres viajes- en el punto destinado al paso del camión recolector, para ir de nuevo en busca de marcar su huella al reloj checador.
Y así, un día más acaba su ruta. Nadie, ninguno de los chetumaleños le dirá “gracias por dejar limpia la ciudad”, si no notaron su presencia menos notarán su ausencia; pero seguramente seguirán, seguiremos ensuciando.