Nicolás Lizama
Nicolás Lizama
Aunque lo parezca, la vida de un dibujante nunca ha sido fácil.
Se suda.
Se sufre.
A las neuronas hay que apacharlas para que cumplan con su cometido.
La inspiración no es algo que puedas conseguir en cualquier Oxxo de la esquina. Hay que coquetearle, hay que provocarla, hay que ir, con todo, en busca de ella.
En lo particular, si algo admiro, de veras, en algunos de mis colegas dibujantes, es esa osadía de colarse entre la gente, en el bullicio, valiéndoles un soberbio cacahuate, pintando muy quitados de la pena, como si estuvieran en la mismita antesala del Olimpo.
Para pintar en público, por principio de cuentas, se necesita valentía.
Es como lanzarse al foso de los leones de la antigua Roma, con tan solo un lápiz y una hoja en blanco como escudos.
Tuve la suerte de conocer a un caricaturista que no era muy afortunado en el trazo, pero que tenía unos huevotes para meterse a un restorán y desafiar, primero a los encargados del lugar, y luego a sus clientes potenciales.
Radicaba en Cancún y alguna vez me platicó con toda la seguridad del mundo y con el pecho henchido de mucho orgullo: “Yo vivo de eso, mi Nico”.
Y sí, vivía retando las reacciones de sus clientes.
“Cuando pongo la caricatura en sus manos y se ríen, es cuando ya siento sus dólares en mis bolsillos”.
“Cuando en cambio les muestro mi trabajo y en su rostro no hay expresión alguna, ya valí sorbete… les regalo el dibujo y me despido de ellos”.
Sentí gran respeto por él, por ese vagabundo del trazo, tras narrarme todas las peripecias a las que se enfrentaba para sobrevivir como caricaturista.
“Eso es tener carácter, eso es tener en las nubes tu autoestima”, era la frase que me repiqueteaba en la mente luego de aquella plática con tan audaz dibujante.
Nunca he podido hacer eso.
Jamás me he atrevido a retar a los leones y eso me tiene insatisfecho.
Me gustaría haber sido más audaz durante el tiempo que llevo en la brega.
De haber sido más intrépido, otro gallo me cantara, pienso.
“En vez de ser cabeza de ratón, hubiese terminado como cola de león, quizá, quizá, quizá…”, a veces imagino.
“En la próxima reencarnación será”.
“Haré a un lado la comodidad de mi mesa de dibujo, colgaré mis ‘chivas’ en la espalda y me iré a recorrer el mundo sin otra intención más que el de aprender a llenar de humor y picardía una hoja en blanco todos los días”, me digo a manera de consuelo.