Nicolás Lizama
En estos tiempos de austeridad, lo más conducente es que los señores funcionarios públicos se solidaricen con los amolados, con los que cada fin de quincena sudan la gota gorda y tienen que ingeniárselas para llevarle de comer a la familia.
Para el ciudadano común es una brutal patada -¡ouch!- a la «joya» de la corona el enterarse de que hay gente que pide ajustarse el cinturón y sin embargo no ejercitan lo que predican.
En el sexenio pasado, con una que otra excepción, los «peces gordos» siempre andaban con una cauda de zalameros que se encargaban de hacerles la vida fácil en cualquier momento.
Entre este ejército de servidores estaban los guaruras, esos cristianos que se supone cuidan la integridad física de sus jefes y que sin embargo, a la hora buena, son los primeros en salir corriendo.
Fue la moda en cierta forma.
Recuerdo que cualquier fantoche, bueno para nada, andaba con uno o dos guardaespaldas dizque pendientes de que nadie levante un dedo en contra de su jefe.
Con el paso de los días las cosas se han puesto duras en extremo. Hay gente que de tan amolada, a veces solo lleva tortillas y agua de la llave a su estómago. Y conste que el agua potable, dicen los que saben, echa a perder hasta el cabello a la hora de estar bajo la regadera.
A la gente amolada, a esa que anda en la calle pendientes de alguna chamba que se les ofrezca en su camino, le repatea el hígado ser testigos de que hay servidores públicos a quienes les vale un gorro hacer ostentación de los recursos de los que dispone la dependencia a su cargo.
La gente común y corriente odia este tipo de detalles. De allí que cuando encuentra algún garbanzo de a libra que se despoja de toda investidura y sale a la calle a mezclarse con los amolados, suele identificarse con ellos e incluso idolatrarlos.
Recuérdese aquel personaje cancunense conocido como El Chacho, un tipo locochón que hizo del megáfono su mejor acompañante.
Aquel político sui géneri fue adoptado por la gente y colocado en un pedestal que provocó la envidia de todo el mundillo de la política.
Al final El Chacho solito se colocó la soga cuello. Cometió errores imperdonables, de novato de la política y la misma gente que lo encumbró terminó derrumbándolo.
El tipo pudo haber llegado a ocupar el sitio reservado para puro ligamayorista. Lamentablemente a la hora buena no supo demostrar temple y carácter.
Entre los políticos del patio son pocos los que pueden presumir de tener arrastre entre la gente. Son pocos los que son respetados por la forma que tienen de conducirse. Muy escasos son los que pueden ganar las elecciones que les pongan en camino.
Muy al contrario, siempre tienen la tendencia de echar a perder lo poco ganado con actitudes que le chocan a la gente de la calle, a la gente común y corriente que todos los días lucha a brazo partido para ganarse el pan de cada día.
Por eso uno aplaude y agradece cuando se topa con cristianos como el presidente municipal capitalino, Luis Torres Llanes, que anda sin guaruras y despojado de las clásicas ostentaciones que caracterizan a este tipo de servidores públicos. Son varios los que deberían espejearse en el primer edil que no le niega el saludo ni al modesto paletero.