Nicolás Lizama
La Secretaría de Salud, una de las joyas de la corona, es, por ende, una de las piezas más codiciadas actualmente.
Son días, horas, instantes de ansiedad de varios suspirantes que se creen con los méritos suficientes para acceder a esa especie de Olimpo en el que pululan solo los más privilegiados.
Los que de inmediato se convierten en nota informativa todos los días para los reporteros, los que de golpe y porrazo pueden meter mano en una plantilla de incontables empleados distribuidos en toda la entidad.
Los todopoderosos que ven cristalizado un sueño, los más audaces, los más imaginativos, y también los que nunca jamás en su existencia previa pensaron que a la larga las buenas amistades son capaces de trasladarte del infierno a la mismita gloria.
Los que a partir de su nominación no volverán a ser los mismos.
Que cambiarán su número de celular, pese a que ya no lo contestarán ellos, sino su secretario (o el lambiscón que suelen tener a un lado); los que ya no deambularán por los pasillos de la dependencia saludando hasta a los empleados de limpieza y que ya ni en sueños los volverán a ver cruzar la calle para comprarle a doña Chona, la del puestecito de enfrente, sus tamales y el refresco.
El acceso a una alta posición te cambia la existencia.
Te transforma el círculo de amistades.
Te cambia radicalmente -en algunos casos, escandalosamente- tu cuenta bancaria.
Ya no vuelves a ser el mismo en esa circunstancia.
Algunos, ya acostumbrados a la mentira -recurso al que tendrán que recurrir constantemente-, perfeccionan ostensiblemente esta “cualidad” con la que ya se nace.
Lo cierto es que en esos niveles tan altos, no transita puro San Miguel Arcángel que digamos.
La pugna por llegar, es sorda, enconada, incluso.
Hay quienes piensan que es ahora o nunca y utilizan todas las argucias al alcance para zancadillear al adversario.
Finalmente ya todo queda en manos del todopoderoso, el hombre de la luz, la lámpara votiva del mero jefazo, que se encarga de confeccionar esa especie de ternas de donde luego el “mero-mero” le pondrá la ansiada “palomita” al elegido.
Y ese todopoderoso es voluble a chismes y demás cuestiones inherentes a estas situaciones, por lo tanto, no siempre es garantía de que su propuesta es la más correcta.
El chiste aquí, es que ya no se puede meter la pata nuevamente.
Vienen tiempos políticos muy complejos y es necesario aceitar muy bien la maquinaria, si es que los actuales mandamases no quieren terminar formando parte de un sexenio más, un sexenio cualquiera, sin chiste, con más pena que gloria, como ya hay varios en la historia.