Tal como van las cuentas alegres de tirios y troyanos, y luego de tres semanas de campañas descafeinadas, ya se advierte que la fragmentación del voto será la gran apuesta de los partidos para que todos puedan alcanzar, por lo menos, una curul en la XV Legislatura del Congreso del Estado y algunas regidurías en los 11 ayuntamientos.
Dicho en cristiano universal, esto significa que la cómoda mayoría, como la que goza el PRI y sus aliados en la actual legislatura, se podría convertir en una incómoda lucha de facciones con jugosas ganancias para aquellos que voten por uno o por otro bloque. Estamos así, ante una inminente nueva era de reacomodos y traiciones entre la llamada clase política local.
En una especie de tropicalización mal lograda de House of Cards, esta “estrategia” tendrá efectos secundarios que, por ahora, pasarán desapercibidos. Pero es un hecho que para el ciudadano de a pie resulta imposible distinguir las fronteras entre un partido y otro, lo que abona a la creciente crisis de legitimidad de estos órganos de participación democrática -como la que están viviendo, también, los sindicatos, por ejemplo.
Son nueve las fuerzas políticas que disputan espacio de poder en el espectro quintanarroense. De ellas, cinco decidieron ir en alianza a través de dos bloques partidarios: PRI-PVEM y PANAL (Somos Quintana Roo) y PAN-PRD (Una Nueva Esperanza). Mientras que las otras cuatro van de forma individual, pero, solo en apariencia, ya que las cuatro (PT, MC, PES y Morena) tienen diferentes menús de oportunidades (o acuerdos secretos) para servirles a las dos coaliciones, que se llevarán la mayor tajada del pastel.
En última instancia, de lo que se trata en este proceso, es de mantener vigente el modelo dominante de partidocracia por encima de cualquier intento de empoderamiento ciudadano. Aunque para ello se tengan que morder la lengua los escuderos de Movimiento Ciudadano (MC) y de Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).
Una prueba de lo antes señalado es que el primero no propuso candidato a gobernador para no dividir más el voto de la alianza PAN-PRD, mientras que el segundo procura seducir a los ciudadanos ingenuos que ya no creen en el sol azteca y blanquiazul, pero además tienen guardado en el bolsillo un voto antipriista. La alianza PRI-PVEM-PANAL está así, en deuda con Morena, al que mucho le temía hasta hace unos cuantos meses.
Como se ve, en el juego y enjuague de los partidos, las dos alianzas tienen ya compromisos con los dos partidos que más insisten en una retórica ciudadana. Mañana revisaremos los casos del PT y del PES, cuya retórica común es la de ser partidos con candidatos «independientes», aunque en la realidad se asemejan a “partidos satélites”, de esos que siempre deambulan en procesos electorales. ¡Vaya imaginación la de sus estrategas! Pero, todo sea por la famosa partidocracia.