Aristóteles Cahuich
Vi por allí circulando en las redes un texto llamado LAS PUTAS DE BORGE.
El título, es ideal para un amplio reportaje firmado por un periodista de excelencia ante el cual se pudiera inclinar la cerviz y decir : Excelente, mis respetos para esta envidiable redacción
Un texto que, de plano, me hiciera reconocer la excelencia de un colega. Y que conste que no soy tacaño para aplaudir hasta el cansancio el talento de mis compañeros reporteros.
Pero en este caso aquí que leo de principio a fin, por obvias razones, y descubro que es más de lo mismo: demasiado odio y rencor acumulado en una sola persona.
Y entonces me hice una pregunta: ? yo tengo la culpa de que su némesis lo haya agredido tan burdamente y que él, pudiendo hacerse grande, grande -irse hasta el Olimpo de los consagrados- haya optado por desquitarse de la misma manera, igual de burdo?
Y pensé también, sin mala leche, lo juro: ojala y en alguna farmacia de la esquina se vendiera un catálogo para saber reaccionar como un grande ante un evento de esta naturaleza (claro, todos correríamos para adquirirlo).
Llamarle prostitutas a quienes aparecen en una LISTA DE PUBLICIDAD del gobierno del Estado es tantito drástico, ? no?
Si mal no recuerdo, el autor del título tan sugestivo, hablando en sus propios términos, también fue arrabalera alguna vez cuando una lista de publicidad lo acogió amorosa entre sus manos.
Sucede, según mí no tan confiable impresión, que su ausencia fortuita de la dichosa lista la aprovecha para escupir hacia arriba y linchar a todos los pecaminosos que según su muy proba conciencia, «vendieron» su pluma de la manera más vil que en la historia se recuerde, olvidando que ese tipo de convenios siempre ha existido y seguirá existiendo. Y repito, de lo que alguna vez él ha formado parte.
Respeto a mis compañeros como ustedes no imaginan. Sé lo que significa ir a fregarte a casa del carajo por una nota que a lo mejor ya redactada, ya en manos del ogro que funge como jefe de información, no amerita más que su aparición en páginas secundarias, si es que bien le va, porque si no, aparece publicada hasta el otro día.
Sé lo que significa andar tras una información desde que Dios dice amanecer, con el estómago pegado al espinazo, tan solo por el privilegio, tan solo por el placer de que tu texto ocupe el sitio principal del periódico en el que laboras. Cosa que no se compara con nada.
Con la quincena, menos.
A estas alturas del partido (no sé qué tanto haya cambiado en mí el reportero enjundioso y deseoso de aprender que un día fui), mi intención no es apachurrar al prójimo con lo que escribo, al contrario, trato de que mis textos sean felices. Lo más alegres que se puedan.
La intención suprema no es envenenar el alma de mis lectores, sino hacerlos partícipes de mis instantes de alegría. No sé si lo consiga. Eso sí, lo intentó con unas brutales ganas como ustedes no imaginan.
Veinte, cincuenta, cien, doscientos mil pesos no me hacen ni mejor ni peor periodista, ni mejoran ni empeoran mi redacción. Mi trabajo es público y cualquiera puede consultarlo para saber si le he boleado o no los zapatos a los poderosos.
Sin presunción sea dicho, mi lápiz y mi pluma son el mejor patrimonio que poseo y al cual me acojo día con día.
Los odios y rencores hace daño. Hay que desterrarlos de la vida.
Los aplausos llegan, no por la intensidad ni la saña con que destripes al prójimo, sino por la exquisitez con que se transmita el mensaje.