Por: Yesid Contreras Beltrán
Adiós a los padres, una de las últimas novelas del escritor chetumaleño Héctor Aguilar Camín, plasma recuerdos y peripecias de sus progenitores, recrea la vida del autor. Con una geografía que abarca la remota capital de Quintana Roo y la Ciudad de México, la pluma avezada del escritor construye una trama que enlaza la historia local con los sucesos de sus consanguíneos y sus peripecias.
Con una narrativa madura y experimentada, los recuerdos familiares la historia de vida del apellido con el devenir de Chetumal en la primera mitad del siglo XX, en el entorno de una joven ciudad, por ese entonces aislada (similar a Macondo) del resto de México, aunque no exenta de circunstancias como las iniciativas de integración al país, tanto en su primera época desde su fundación en 1898, como a partir de los años 30, cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas trazó un plan de impulso a la ciudad y al estado de Quintana Roo como prometió en su campaña electoral a la presidencia.
Obras y planes simbolizados en el renacimiento, rebautizó, de la urbe: Payo Obispo dio paso a Chetumal de la mano de un esfuerzo modernizador a través del gobernador, Rafael E. Melgar.
La saga de la familia Aguilar, pionera entre los pobladores de la urbe -de múltiple origen-, da cuenta de los esfuerzos de una pujanza económica asentada en el comercio local,en la explotación maderera en el Petén guatemalteco y el intercambio con Belice, vecino y lejano país en términos culturales,por sus vínculos con el Reino Unido,por el idioma inglés y su dialecto creole, y la presencia de ex rebeldes mayas que batallaron contra el estado federal mexicano en la Guerra de Castas durante la segunda mitad del siglo XIX.
Las páginas consignan los avatares de los negocios, el trasiego o explotación de la madera, la migración de diversas colonias del país y extranjeros libaneses, griegos…La madre y la tía son caribeñas provenientes de Cuba.
Quizás uno de los puntos culminantes es la vivencia del huracán Janet, que marcó para siempre a los habitantes y por ende revive uno de los más grandes impactos de este fenómeno caribeño en septiembre de 1955. A su paso, el gigante meteorológico destruyó viviendas, bienes, familias y vidas.
Este desastre tuvo su cuota relevante en los Aguilar Camín: Héctor, Emma, la tía Luisa, los cuatro niños, la familia en pleno debió emigrar a la gran Ciudad de México. El padre se quedó a propugnar por salir adelante frente a las desgracias de sus esfuerzos económicos y a la voracidad del patriarca familiar, Don Lupe, quien no sólo lo desheredó al sacarlo de la Casa Aguilar, el negocio del clan, sino que también lo despojó de la concesión de explotación forestal en Guatemala. Una considerable reserva de madera fue usada por el gobierno de Margarito Ramírez para la reconstrucción de la ciudad sin que le fuera pagada nunca a los Aguilar.
La Ciudad de México es el escenario desencadenante de la historia: madre, tía, hermanos del autor narrador debieron afrontar la supervivencia en la capital mexicana. Ellas, trabajan como costureras independientes y como hoteleras en una hostería propia. El adiós del padre al núcleo familiar en 1959, siembra una tragedia novelesca.
La lejanía y olvido durante cuatro décadas dramatiza el reencuentro de Héctor con su homónimo progenitor: el rescate de un hombre empobrecido. Los personajes sucumben ante el peso de la vida. El perdón jamás fue otorgado por la esposa desolada y juntos afrontan una enfermedad similar en una clínica citadina, separados por un piso apenas. “Si tu padre se presenta en esta casa y pide un vaso de agua, yo no se lo doy”, sentencia Emma en una plática con su hijo, recordada luego de reencontrarse con el padre y comentarle semejante suceso después de tanto tiempo.
Adiós a los padres deviene novela más que biografía familiar ante todo por la eficacia de los recursos literarios que maneja su autor. La interpolación de tiempo y paisajes, los avatares de los personajes, su desnudez humana, la soledad del padre en sus días postreros, el amor y desamor de Héctor y Emma inmortalizados en una foto de jóvenes recién casados que sirve de portada al libro. La codicia individualista que permea inclusive a padres, hijos y hermanos.
Como toda literatura, un texto recobra vida en el vínculo con los lectores: los lejanos tienen su propia distancia y consideraciones. Los cercanos, que pueden cotejar la narración con la vida en su ciudad, pueden avalar el testimonio, cotejarlo, recrearlo con asidero real: así lo demostraron varios centenares de chetumaleños en la presentación de la obra en Chetumal, el 12 de noviembre de 2014, en el Parque de los Caimanes, a tan sólo dos cuadras donde los Aguilar Camín trasegar en la historia local.
La recompensa fue escuchar a los hijos de los protagonistas intercambiar sobre cómo, cuándo, dónde y quién de la realidad hecha novela. El colofón de esa singular comunión fue el obsequio de ejemplares del libro a la mayoría de los asistentes, con el ritual infaltable de la firma y dedicatoria del autor, quien, con paciencia satisfactoria, durante más de tres horas se dedicó a semejante tarea, enaltecedora de cualquier escritor.
El veterano periodista, autor de Morir en el golfo (1985), la Guerra de Galio (1991) y el Resplandor de la madera (2000), entre otras novelas y obras históricas, retorna a la escritura después de varios años de silencio, en los cuales hilvanó esta despedida: un homenaje a los suyos, que ahora es de muchos lectores gracias a su encarnación en personajes que generan una relación de pertenencia por la virtud de la literatura.