Por: Juan Alejandro Rodríguez Hernández
Desde años atrás se habla copiosamente de “estilo de vida”, focalizándolo como un concepto central en los postulados y estrategias que enmarcan la salud pública, lo anterior debido a la influencia de la promoción de la salud fundada en Norteamérica, aseverando que la anticipación y prevención de enfermedades -sobre todo- crónico degenerativas, depende en gran medida de que las personas cambien o modifiquen sus estilos de vida, cuando éstos aluden a hábitos asociados al sedentarismo o el consumo de alimentos no saludables, por ejemplo.
Por ende, muchos y muchas profesionales de la salud debaten en torno a ello, pero pocos dan el ejemplo de elocuencia, entre lo expresado y defendido en el discurso oral y el andar en el día a día. Sobre todo, si se ubica que ello es una decisión difícil de tomar, porque exige de la voluntad de -entre varias posibilidades- apegarse a la expresión de una manera particular de llevar la vida, de concretar el diario hacer de nuestro paso por este mundo; “el estilo de vida comunica una opción, es el resultado visible de una elección, una manera de expresarse por medio de la cual las personas se afirman en relación con sí mismas y con los demás. Constituye una herramienta para construir la identidad y formular quién es uno o quién desea ser” (Gleizer 1997, p. 87). Asumir un estilo de vida saludable implica, pues, la reconstrucción de una nueva identidad: la generación de un pensamiento con valores y prioridades distintas, pautas de comportamiento diferentes, relaciones y dinámicas peculiares, incluso, de un código lingüístico propio a dicha responsabilidad personal. He ahí su complejidad.
En este contexto, merece aplaudirse el estilo de vida con el cual el Dr. Arnulfo Camacho Alcántar se condujo cabalmente por varios años, después de que le diagnosticaran diabetes tipo 2, en 1989. Su disciplina fue única. Caminaba o corría literalmente a diario, sin importar el frío, la lluvia o el calor; se alimentaba estrictamente de vegetales y comida de la cual sabía con precisión su composición nutricional, calórica y la ración adecuada; promovía una actitud mental positiva. Ello le permitió enfrentar la diabetes y reducir todos los factores predisponentes que tenía en contra, entre los cuales estaba la carga genética de ésta, a raíz del padecimiento existente en su familia ascendente y colateral, en los diferentes grados de consanguineidad. En sus conferencias, escritos y práctica de vida, obedeció inmejorablemente a los siguientes principios: alimentación saludable, bajar de peso y mantenerse; caminar, trotar y correr cuidando el monitoreo de la frecuencia cardiaca, vigilar glucosa en sangre y el equilibrio emocional y espiritual, de este último punto solía documentarse del teólogo Karl Rahner.
Es de destacar que, pese su férrea manera de guiarse, era incapaz de prejuzgar o discriminar a alguien por su condición física de sobrepeso o gordura, actuaba con respeto y aconsejaba con cordialidad, actitud que se le valoraba aún más. Cuando salíamos a comer a un lugar cercano a la oficina, frecuentaba portar un pequeño trasto con vegetales (berros o espinacas), para completar el platillo, buscando equilibrar los nutrientes.
El Dr. Arnulfo Camacho Alcántar: hombre de constitución delgada, alto, tez clara, cabello canoso, de semblante gentil y educado, ojos vivaces protegidos por los aros de unos lentes y el gesto amigable de su rostro, destilando siempre compañerismo y confianza, apariencia refinada; íntegro en su práctica médica. Prestigiado salubrista, sabedor profundo y crítico del tema de las enfermedades crónico degenerativas, de lo cual un día me escribió “la industria alimentaria y refresquera es responsable, en gran parte, de las epidemias de obesidad, diabetes, hipertensión y dislipidemias; también conocido como el cuarteto de la muerte o los cuatro jinetes de la Apocalipsis, y la pregunta es ¿Qué estamos haciendo para proteger a nuestros hijos?”.
Oriundo de la ciudad de Coatepec, Ver., de quien tengo sólo recuerdos gratos. La primera charla que sostuvimos fue en 2014, en uno de los pasillos de la Dirección de Salud de Pública de la Secretaría de Salud del Estado de Veracruz, la coincidencia en ese rato fue que ambos habíamos trabajado en el Estado de Quintana Roo, él como Jefe de la Jurisdicción con sede en Carrillo Puerto, por allá de 1979, y quien esto relata como técnico capacitador en CONAFE, en el 2002, en el mismo municipio. A partir de ahí, llegamos a concordar esporádicamente en reuniones de trabajo. Fue en 2019 que, por circunstancias diversas, llegamos a laborar a la Unidad de Inteligencia Epidemiológica, de la institución citada, en jornada acumulada, es decir, fines de semana y días festivos. De esta manera, tuve el privilegio -de 2019 a 2020- de contar con el oído y la palabra certera, elocuente y fundamentada del Dr. Camacho. Siempre me respaldó, estuvo pendiente de mis escritos y proyectos, de lecturas que le socializaba, todo lo leía, y continuamente tenía palabras de ánimo y motivación. Su extraordinario corazón, también me acompañó en momentos que requerí de su conocimiento, como médico, para asistir a mi familia; siempre solícito y preocupado por la salud de sus semejantes.
En el horario de comida, aprovechábamos para platicar, yo le comentaba mis proyectos e ideas; él, su sapiencia y experiencia. Así me enteré que laboró en el primer e histórico Centro Coordinador del desparecido Instituto Nacional Indigenista, en 1977, que le hizo convivir con población indígena de habla tzeltal, tzotzil, tojolabal, lacandón, chol, zoque, y que le tonificó de sensibilidad para visibilizar la diversidad étnica de nuestro país, ampliando su conocimiento acerca de la cultura indígena, particularmente de la región maya. Así, en respuesta a un artículo que escribí en torno a un ritual de curación entre los tzotziles, me respondió: “Muy interesante maestro Alejandro, gracias por compartir. Esto que comentas sobre los dioses, recuerdo que ellos consideraron que los espíritus de sus parajes son sus protectores del lugar donde nacen, por eso cuando enferman no aceptan salir a otros lugares para atenderse, como hospitalizarse en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, porque piensan que pierden esa protección”. Conversamos mucho en torno al papel de la antropología y la medicina en los contextos con población originaria y el enfoque intercultural.
Su actuar en la vida fue ejemplar, concomitante con el aforismo de José Martí: “La mejor manera de decir, es hacer”. De aquí mi reconocimiento y agradecimiento eterno.