Nicolás Lizama
El evento transcurría con la solemnidad de siempre.
El protocolo -seriedad antes que nada- se respetaba al máximo.
Aunque no lo crean, podía escucharse el aletear de una mosca.
El jefe del Ejecutivo, Carlos Joaquín González, se disponía a iniciar con su discurso.
Los más devotos, esos panes grandes que siempre ocupan las sillas más cercanas al aura gubernamental, paraban la oreja y disimuladamente hacían calistenia con las manos para disponerse a desgranar los primeros aplausos ante el más mínimo pretexto.
Los personajes que integraban el presidium, exageraban de impecables. Modositos -últimamente, desde que rodó la primera cabeza, así han estado- Los servidores públicos de primer nivel, ni siquiera pestañeaban.
En serio, no exagero, por ratos, podía escucharse el zumbido de un mosquito.
Entre los personajes del presidium, estaba Pedro Pérez, titular de la SEDARPA. Inmaculado, de guayabera blanca y pantalón oscuro.
Desde que llegó andaba muy movido. Venía predestinado para ser el protagonista del evento.
Pues bien, de pronto todo quedó listo para el acto cumbre del suceso.
El gobernador afinaba la voz tantito -era apenas perceptible- cuando sucedió lo nunca imaginado.
Pedro Perez, intentó acomodar su desproporcionada humanidad en el asiento. Pero hete aquí que probablemente debido a lo mal que la madre natura confeccionó su cuerpo -sus lonjas no se sincronizan como es debido- no pudo guardar el equilibrio y se dio un zapotazo de enormes magnitudes.
En su viaje estuvo a punto de llevarse a la pobre de Catalina Portillo, a quien tantito más y le da un infarto cuando sintió que se iba al suelo junto con su desafortunado compañero.
Los espectadores no sabían si carcajearse o hacerle al que no vieron nada.
Tuvo que salir al quite Carlos Joaquín y salvar el espectáculo.
Primero, observó con asombro -no se descarta que, guardando la compostura hasta el final, haya sido una finta- y ya luego, de plano -la ocasión lo ameritaba- pintó en su rostro una sonrisa.
“No nos vamos todavía, Pedro”, dijo. Y fue suficiente para que todos soltaran una prolongada carcajada.
Claro, no faltaron los exagerados que aplaudieron.
Algunos llegaron a pensar que Pedro, de plano, había colapsado.
Y es que ese día, más temprano, habían circulado rumores de que habrían más decapitados.
El evento, tras la caída, ya no volvió a ser el mismo.
Por cosas del destino, otro fue el que cargó con el protagonismo.
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