Nicolás Lizama
“No tener vida privada, está de la chin…”, fue el comentario que oí de alguien después de leer en alguna revista sensacionalista que los amoríos de un político estaban siendo desvelados con pelos y demás señales.
Y no sé si el tipo se lo merezca, no sé si al reportero se le haya pasado la mano hurgando demasiado en su vida personal, no sé si de veras ande en busca de obtener algún beneficio propio (“seguramente quiere algún dinero”, fue otro comentario del mismo personaje que leía), lo que sí sé es que el aludido deja muchos cabos sueltos cuando entra en comunión con Eros.
El macho más famosos de la historia, fue el alguna vez presidente norteamericano John F, Kennedy. Sus historias amorosas trascendieron fronteras y es tan famoso por lo que hizo en los terrenos de la política, como por su activismo a la hora de retar a cupido, quien, ni tardo ni perezoso, siempre está listo para disparar sus dardos, certeros la mayoría de las veces.
“No hay mejor afrodisiaco que el poder”, reza un dicho que he escuchado desde que tengo uso de razón. Y creo que quien lo acuñó era un sabio en este tipo de cuestiones.
A los poderosos, lo que menos les hace falta, son las fans del sexo opuesto. Les llueven como los osos a la miel. Lo he visto, no me lo han contado. Y estaría de más, ponernos a comentar las poderosas razones –todos las sabemos-, para que se dé este hecho tan usual en todos los países que usted pueda imaginarse.
La carne es débil. Y lo es tanto en los pobres diablos, en esos que no tienen ni petate en qué caerse muerto, como en los poderosos, en esos que con un sólo ademán pueden cambiarle la vida a mucha gente.
Ante el demonio personificado en la amante en turno, nadie tiene defensa alguna. No hay rezo ni escapulario que valga. No hay exorcismo que surta efecto contra ese tipo de demonios. Muchas honras, que digo, muchas promisorias carreras se han ido al caño del sumidero debido a que se perdió el control, a que se calcinó más bien, ante las avivadas llamas del deseo.
Vale resaltar que nadie está ajeno a ese tipo de cuestiones. Claro está que los que tienen el poder, en mayor o menor grado, siempre están más propensos a dejarse arropar por la lujuria, por los placeres de la carne, que cuando llegan con su desenfreno, cual tsunamis, se llevan todo lo que encuentren a su paso.
¿Hay defensa ante el demonio de la lujuria? No lo sé. A veces –estoy imaginando solamente-, puede ser una cónyuge celosa que inspeccione la oficina del marido día con día y ante el menor olor a perfume extraño, le mire fijamente a los ojos –dicen los expertos que no hay defensa ante este recurso-, y le obligue a soltar la “sopa” ante la amenaza de armarle un escándalo de inmediato.
De lo que sí me consta, de lo que sí puedo hablar, es que hay amantes discretos y hay amantes indiscretos. Hay personajes públicos que están conscientes que el respeto a la vida privada es una jalada si uno mismo no tiene cuidado en lo que hace durante sus ratos libres. Si no tiene en mente la idea de que afuera hay muchos pares de ojos indiscretos que observan y que no dudarán en ir y a contarle el chisme al mundo entero.
Hay gente famosa con los cascos muy ligeros. No sé si les valga un cacahuate, no sé si ese tipo de cuestiones le alimente el ego de macho alfa, no sé si su escaso raciocinio transforme el vituperio por halago, pero a mí, en lo particular, me queda la impresión de que es una desgracia que una ex te esté recordando que eres un hijo de la tiznada, sobre todo cuando se supone que lo tuyo, más que el culto a tu vanidad de hombre, de macho, mejor dicho, es el culto a la predisposición de servir al resto de la gente.
Aguas con el macho que llevamos dentro -más travieso que el que llevamos fuera-, que a veces deja demasiados cabos sueltos.